Una cuarentena cósmica
«¿Cómo logro una conexión
cuando ni siquiera nos podemos dar la mano?
Eres como un fantasma saludándome.»
La existencia cómoda y segura de toda la humanidad cambió de forma abrupta. Es muy fácil de decir, pero vivirlo ha sido un caos: una pandemia mundial, 120 días de confinamiento (cuenta que aún está muy lejos de llegar a su fin), todos hablando de ese virus que ha perturbado nuestras vidas de formas indescriptibles, cifras de muertos por doquier, yo tratando de mantener la calma, una mente hostil e irritable, y una soledad abrasadora.
Ahora que están puestos en contexto (obviamente que lo están) me presento: Hola, yo soy Andrea, Danielle, Jazmín, Alexa, Dorotea ¿qué más da? En este momento histórico y, sobretodo, histérico que estamos viviendo ni siquiera es relevante el país o la cuidad en la que estoy, al fin y cabo todos estamos igual.
Pero a mí me gustaría hablar acerca de cómo es que esta cuarentena me ha convertido en astronauta.
Astronauta: la profesión idílica, llena de misterios y aventuras espaciales, el sueño eterno de la niña de ocho años que llevo dentro.
En la Estación Espacial Internacional los astronautas tienen que comer, bañarse, hacer ejercicio, pasar su tiempo libre y, prácticamente, vivir ahí por un periodo de entre 2 y 6 meses, dependiendo de la misión. Pues en este contexto mi pequeña casa se ha convertido en mi propia Estación Espacial.
La tripulación habitual para una misión es de tres personas. En mi Estación Espacial solo estoy yo: una cosmonauta confundida, aterrada y nada experimentada.
La microgravedad del espacio dificulta ciertas actividades como comer, hacer ejercicio o bañarse. Aquí y ahora las dificultades en las tareas más simples se dan gracias a la falta de propósito y al hastío de repetir el mismo día una y otra vez, gracias a eso cualquier actividad puede convertirse en toda una serie de vicisitudes interestelares.
Los astronautas necesitan una disciplina ejemplar pues siguen una rutina diaria a pesar de que en el espacio no hay día ni noche. En ese aspecto no califico como una buena astronauta. El Sol o la Luna no han tenido ni el más mínimo cambio, pero ahora mis horarios se han trastornado casi tanto como yo misma y lo único que me trata de mantener en algo parecido a una rutina es el insistente y molesto reloj.
Los cosmonautas se ejercitan con diligencia porque sus débiles músculos dependen de eso para no estropearse de por vida. Yo, en mi pequeña Estación Espacial, me ejercito para mantener cuerda a mi mente acechada por el suspenso.
Ser astronauta no es sencillo ni cómodo y algo de lo que casi no se habla es de las manos de los navegantes espaciales: Los guantes de sus trajes son tan pesados que terminan afectando y dificultando la circulación de sus dedos, por esta razón lo menos glamuroso a lo que los astronautas se enfrentan es a unas manos llenas de rozaduras, ampollas y la progresiva caída de sus uñas. Yo en mi microcosmos también tengo problemas con eso, la incertidumbre me asedia de forma constante y mis uñas sufren las consecuencias de mi nerviosismo, además aunado a eso está el uso excesivo de cloro y el hecho de que lavarme tanto las manos ha logrado deteriorarlas bastante.
De vez en cuando los intrépidos cosmonautas salen de la nave para dar un paseo espacial con el objetivo de reparar la Estación, encargarse del mantenimiento de la nave o llevar a cabo experimentos científicos. Yo, al igual que ellos, también salgo enfundada en incómodos y ridículos trajes, solo que mis actividades se limitan a ir a la tienda por suministros.
El vacío del espacio impide que las ondas de sonido puedan propagarse, y por tanto, escucharse. De esta forma el espacio exterior pone fin a todos los sonidos audibles para los humanos. Entonces, lo único que nos queda tanto a los astronautas como a mí son nuestros propios pensamientos, porque ¿cuál es el punto de hablar cuando no hay nadie para escucharte? Exacto, el silencio es la prueba más ensordecedora de la evidente soledad.
En el sempiterno espacio exterior el tiempo libre adquiere una dimensión distinta en donde no hay muchas opciones, por lo que los cosmonautas tienen que escoger entre usar internet para tratar de salvar la inhóspita distancia que los separa de las personas que aman o sentarse en la impresionante cúpula panorámica, una gran ventana desde donde se observan las apoteósicas vistas de nuestro planeta azul. Mi Estación Espacial tiene exactamente las mismas opciones: buscar la limitada comprensión y calidez humana a larga distancia que permite el internet u observar el paisaje a través de una ventana mucho menos impresionante.
A pesar de todo lo vivido no he encontrado una forma más adecuada, para describir la experiencia de este confinamiento, que las propias palabras de los astronautas: «La vasta soledad es inspiradora y te hace darte cuenta de lo que tienes allí en la Tierra». 1
Lo que, hasta hace poco, teníamos aquí en la Tierra: contacto humano.
Esta experiencia es, sin lugar a dudas, un gran punto de inflexión en la historia de la humanidad y aún no estoy segura de cómo me siento al respecto, todo ha sido raro y surreal por lo que me hace falta terminar de procesarlo, entonces escribo esto como una nota en el margen del cuaderno de mi vida, para no olvidar; quiero recordar esta sensación vacía, ingrávida y solitaria para ser capaz de valorar más la anhelada y reconfortante normalidad cuando ésta vuelva.
«¿Cuando olvidemos la infección
recordaremos la lección?»
1.- (Transcripción de la misión del Apolo 8, 24 de diciembre de 1986, página 27 4/2, Consultado el 11 de Julio del 2020, NASA)
Exelente sensación espacial
Gracias
¿En qué momento se te ocurrió combinar el espacio y la cuarentena? Tiene sentido y en verdad es una buena metáfora pero jamás se me hubiera ocurrido. Hasta ahora es la historia que más me ha gustado.
Me alegra mucho que te guste.
Realmente no estoy muy segura de cómo se me ocurrió solo necesitaba escribir de todo lo que estaba pasando y en la inercia del momento salieron varias ideas y esta fue la mejor uwu