Mis miedos
El sentimiento más ancestral que los seres humanos tenemos es el miedo.
Mi miedo a la muerte, a la vejez y al paso del tiempo.
La peor clase de miedo es el visceral, ese que proviene de las entrañas de nuestra existencia.
Mi miedo a lo desconocido, a lo infinito y a lo insondable.
La mayoría del tiempo el miedo es incontrolable y poderoso.
Mi miedo a la crueldad humana y a mi propia fragilidad.
Además de eso el miedo es, sobre todas las cosas, completamente irracional.
Mi miedo a ser insignificante en un universo eterno.
Todos somos conscientes de que existe algo que nos pone los pelos de punta, algo que nos paraliza por completo, algo que está ahí listo para atacarnos cuando estemos distraídos, algo ante lo que estamos indefensos irremediablemente. Todos tenemos a esas criaturas heladas y oscuras viviendo en nosotros: miedos.
La mayoría de mis miedos se sienten cómodos cuando están perpetuamente agazapados en mi silencio, sin ser confesados; les gusta amodorrarse solitariamente en mis inseguridades más grandes porque ahí me lastiman más.
Mis miedos son criaturas feroces y crueles con una aguda sed de sangre y sufrimiento, sus siluetas felinas viven en un rincón de mi ser sólo esperando para lanzarse a mi yugular. Huelen mi vulnerabilidad a kilómetros de distancia y les encanta hacerme saber que están ahí, siempre acechando.
A ellos les gusta babear mis sueños, contaminarlos, dejarlos agonizar lentamente. Les encanta meterme el pie, hacerme pensar demasiado, alentarme a saltar al vacío.
Mis miedos tienen una naturaleza perniciosa, pero también son entes abandonados, profundamente heridos y siempre sangrantes; buscan dañar, destruir, golpear, herir, arañar, desgarrar y matar porque es todo lo que hasta ahora han conocido.
He descubierto que esos miedos solo necesitan un poco de alimento, abrigo y seguridad para contar buenas historias. Historias dolorosas y tristes que tienen que ser contadas para sanarnos, pero antes hay que sanarlos a ellos y para eso primero debemos bañarlos, escucharlos, entenderlos, darles una cama calientita y aprender a convivir con ellos.
Al final no son tan malos, vienen a este mundo con una lección por enseñarnos. Y así: con paciencia, amor, atención y comprensión, poco a poco, sanaremos juntos.
Eres buena con las metáforas y además creo que cada vez eres un poco más introspectiva, eso está interesante.
Gracias por todo el apoyo, Kath<3