Boxeadora y poeta

Cuando mi cabeza se vuelve demasiado hostil, cuando el mundo se vuelve muy complejo, cuando solo tengo ganas de huir, corro hasta no poder más.

Un paso después del otro y después uno más, cada vez más rápido; mis pulmones se incendian dentro de mí, mis extremidades se tensan y duelen, mi corazón se acelera cada vez más. Correr, trotar, caminar y repetir; correr, trotar, caminar y repetir. La música en mis audífonos es lo único que me mantiene atada al mundo a mi alrededor. Soy un manojo de fuerza física y debilidad mental.

Estoy totalmente exhausta y entonces empiezo a caminar y a respirar de verdad. Nunca hay suficiente aire, siempre hay demasiado sol.

—Hola— Un chico risueño y bastante alto me saluda y comienza a caminar conmigo a paso ligero.

Pienso a gritos “¡Estoy entrenando, déjame en paz!”. Pero solo soy capaz de contestarle con un jadeante y entrecortado —Ho-la.

—Estás entrenando, ¿cierto?

“Aquí vamos de nuevo…” Me detengo, recupero mi respiración y empiezo a recitar las respuestas a sus próximas preguntas —Sí. No, para ninguna, soy boxeadora. Diez kilómetros. Quince kilómetros. Sofía. ¿Alguna otra pregunta? Tengo que seguir corriendo. —Digo mientras continuo caminando. Él me sigue el paso sin inmutarse.

—Espera ¿Qué? No vengo a entrevistarte. —Me contesta, sin entender mi reacción, está divertido y nada desconcertado. Yo, en cambio, me distraigo con sus ojos, son enormes.

—Vaya, yo creo que sí, era justo lo que ibas a hacer. Empezaste preguntándome si estoy entrenando y pues sí, lo hago. Después preguntarías para qué carrera entreno y la respuesta es: no, para ninguna, soy boxeadora. Seguirías por asombrarte y preguntar cuánto he corrido… —Suena a que soy la persona más antipática que existe, y tal vez sea verdad. Solo quiero terminar mi entrenamiento, vaciar mi cabeza y dormir por una semana entera.

—Diez kilómetros. Vale, lo entiendo. Mi siguiente pregunta sería… —Dice sonriéndome, aun animado.

—¿Cuánto corres normalmente? Y yo respondería quince kilómetros.

—Después yo diría que tienes una condición física excelente, lo cual es cierto.— He visto esa mirada electrizante antes, en algún lado, estoy segura.

—Por último dirías algo así como “Vaya, qué interesante ¿Y cómo te llamas?»

—Tu nombre es Sofía.— No es un chico impresionable, para nada.

—Justo eso y como ya no tienes más preguntas puedo seguir corriendo ¿no?

—Ciertamente no. No pretendía preguntarte todo eso. Solo quería saber si eres la chica de los poemas de mi clase de literatura.

—¿La clase de literatura? Vaya, sí. Por eso me parecías conocido.

—Sí. En verdad tus poemas son geniales, me gustan.

—Gracias, me alegra oír eso— Y también me sorprende, mucho. Esto es una completa locura. ¿Estoy soñando?

—Eso explica porque ya no estás de gruñona.

—Bueno, sí…—Me encojo de hombros algo apenada— No recuerdo tu proyecto ¿De qué escribiste?

—No sé, solo traté de hacer que todo rimara, o algo… Las letras no son lo mío— Se rasca la nuca en ademán nervioso. —¿Tú de qué escribiste?

—¿Te gustaron los poemas pero no sabes de qué tratan?— Eso me toma por sorpresa.

—Sí, eso es la poesía ¿cierto? No siempre se necesita saber de qué habla, solo que las palabras suenan exactamente como algo que has sentido antes. ¿De qué escribiste? ¿Qué es esa sensación? Era brutal, fugaz y burbujeante. ¿Qué te hace sentir así?

—Y las letras no son lo tuyo…— Digo medio en broma.

—Hablo en serio, esas eran las preguntas que de verdad quería hacerte.

—Pues supongo que  escribo de la vida.— Suena como una locura pero nunca me había planteado esa pregunta.

—De la vida. Entiendo, qué interesante.— No es la respuesta que él esperaba. Mira su reloj, regresa su mirada a mí y suelta. —Lo siento pero ya me tengo que ir, disfruta el resto de tu entrenamiento y sigue escribiendo. ¿Hasta la próxima clase de literatura?

—Claro, adiós. —Y entonces se va. Pero su pregunta se queda conmigo.

¿De qué escribo? ¿En verdad escribo de la vida? No, escribo de los hubieras, de mis preguntas, de lo que no conozco. Mis textos son como un rompecabezas de emociones, las escribo para entenderlas: hay emociones que he sentido, emociones totalmente desconocidas, a veces ni siquiera son mis emociones pero están ahí. Es una gama inmensa de posibilidades inexploradas que me llaman para que experimente con ellas. Ese es el único sitio en el que las emociones son tan tangibles que no hay ninguna duda de que existen. Y supongo que también me gusta la vulnerabilidad de escribir, es algo tan humano y personal que deja cada parte de mi existencia en carne viva. Me encanta esa sensación, significa que soy, que existo, que importa lo que pienso.

Andy Nava.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *