La fuerza más poderosa de la naturaleza
Cuando estoy frente al océano lo primero que me viene a la mente es que me siento diminuta de una forma impresionante y sobrecogedora porque el mar es brutalmente infinito. Estar parada frente a toda su inmensidad me recuerda que siempre existe la posibilidad, por pequeña que esta sea, de que sus olas salvajes e impredecibles me lleven entre su espuma como a un castillo de arena alejándose poco a poco de la orilla de la playa, perdiéndose para siempre…
Todo lo que el océano significa es hermoso y relajante: el sonido de las olas al romperse en la playa, mis pies hundiéndose en la arena mientras el mar se cuela entre mis dedos y su color cada vez más azul. El azul más profundo que he visto, siempre acompañado de una brisa suave y húmeda que me sopla en la cara y me llena los labios de sal. Hasta su nombre me sabe a una absoluta libertad.
El agua del océano es peculiar y completamente diferente a cualquier otro tipo de agua que puedas encontrar. Esta es rasposa y algo pesada, me deja pegajosa y con ganas de no salir del arrullo de sus olas jamás. La última vez que fui al mar nadé en él por primera vez y solo puedo decir que tocar el agua es una experiencia completamente distinta a sumergirte en ella. Cuando estuve de verdad dentro del mar el tiempo era liviano y lento, los sonidos eran lejanos y confusos, nadar ahí era como habitar un plano distinto e increíble. Casi como estar en otro planeta.
Por más que haga memoria no recuerdo el día que conocí el océano. Sé que fue hace bastante tiempo, cuando yo era pequeña, pero no puedo evitar imaginarme una y otra vez la clase de experiencia que se debe producir con el primer contacto con la fuerza más poderosa de la naturaleza. Si pudiera olvidar algo solo para poder descubrirlo de nuevo eso sería, sin duda alguna, el mar porque es una experiencia que no se puede describir al cien por ciento de una forma justa. El hecho de sentir las olas en la costa pero a la vez ver que abarcan todo el horizonte es una sensación que me deja anonadada y sin aliento.
Una de mis cosas favoritas del mar es que lo rodean muchos mitos: están las sirenas, la Atlántida del Pacífico, el Triángulo de las Bermudas y El Holandés Errante. Además de que esconde en su marea sensaciones inexplicables: a lo largo de mi corta vida he aprendido que el océano te abraza de una forma distinta cada vez, en algunas ocasiones te rodea de una forma cálida y familiar, pero en otras tantas sus brazos son gélidos e inquebrantables. Es como si tuviera su propio carácter.
A pesar de que todas las historias e impresiones que deja resultan intrigantes y misteriosas lo más fascinante del mar es real: su variedad de flora y fauna es casi tan infinita como su propia extensión. El mar es habitado por todo tipo de criaturas, desde las más minúsculas hasta las más descomunales, de todas las formas y los colores que existen. Eso hace que el mar sea todo un universo distinto.
Todas las criaturas nos maravillamos ante la bastedad del mar. Cerca del océano hay aves voladoras que a pesar de que podrían ir a cazar en cualquier lugar escogen el mar, están los corales que le dan vida llenando de colores intensos el fondo del océano y los moluscos que deciden dejar sus conchas flotando entre las olas cuando ya no necesitan de su caparazón protector. El mar simplemente nos atrae con una poderosa fuerza magnética y por eso es una de mis cosas favoritas en el mundo.
Sirenas, leyendas y el mar, esta historia me hizo querer ir a nadaaar.
Sí, a mi también. De hecho esa fue la razón por la que lo escribí. El mar es hermoso.