Carta a los próximos colonizadores
El fin de la existencia en la Tierra llegó de forma inesperada. Era un invierno muy frío y oscuro. Esa mañana salí al patio donde sólo había niebla y vaho cuando algo comenzó a caer del cielo. Al principio pensé que era nieve. Mis ojos empezaron a humedecerse, mi garganta picaba y, lo que en realidad eran cenizas, lo abarcó todo. Ese ardor pútrido era lo único que se podía respirar. Me estaba ahogando en la muerte de algo.
Un silencio sepulcral precedió al más absoluto caos. De repente, el cielo se surcó con aviones, sonaron todo tipo de alarmas y cientos de militares inundaron las calles. No traían instrucciones, solo dejaban armas entre nuestras manos y corrían hacia la siguiente persona. Esas cenizas asfixiantes caían de los aviones en una evidente declaración de guerra. Enormes banderas de combate parecían nacer de la tierra y se sentían extrañas e intrusivas entre las calles que minutos atrás eran tranquilas, habitables y nuestras.
La Historia de la Humanidad podría ser contada por medio de guerras y esta sin duda sería la última. La esperanza que albergábamos titilaba entre la idea de la resolución de este conflicto con una fantasiosa paz perpetua o la probable aunque desalentadora imagen de nuestra propia extinción. 2120 años de evolución, descubrimientos, ciencia y tecnología asombrosa, pero un día despiertas y la Humanidad se ha convertido en esto.
Sin previo aviso, el peligro inminente se transformó en balas que volaron hacia todas direcciones. Mi cabeza empezó a dar vueltas y termine agachada en el piso, muerta de miedo y consciente de que esto era solo el principio. Si quisieran matarnos rápido hubieran enviado una bomba nuclear, la guerra no es tan simple.
Cientos de noches intranquilas y plagadas de pesadillas e insomnio pasaron, una a una, con lentitud tortuosa. Horribles recuerdos me atormentaban cada vez que cerraba los ojos, sensaciones brutales y violentas que amenazaban con absorberme. ¿Eso es lo que le dejaremos al mundo? ¿Los sobrevivientes heredarán sensaciones horribles enquistadas en su memoria y atrocidades clavadas en su conciencia por toda la eternidad? ¿Y ya?
Pronto se terminó la comida y solo un puñado de esta ciudad en ruinas sobrevivió. Había heridas, hambre y muerte acechándonos a cada paso que dábamos. Los gritos se transformaron en pitidos que se alejaban cada vez más. Podíamos correr pero no había lugar al que huir, los refugios se convirtieron en trincheras, las casas acogían a los militares y las escuelas guardaban municiones y a niños pequeños aterrorizados. La ayuda jamás llegaría. Cada tanto me temblaba hasta el alma, una y otra vez salían fuerzas de donde ya no existían.
Después de un tiempo en esta bruma extraña dejé de distinguir los colores de las banderas. ¿Por qué estoy aquí? ¿De qué lado estoy? ¿Existe un lado bueno? ¿Al menos tuve oportunidad de escoger algún equipo? Al final eso da igual. De haber tenido elección, no creo que hubiera escogido pelear. Ninguna causa vale esto. No hay nada tan permanente como la guerra.
El mundo está a punto de terminarse y escribo esto con la esperanza de que los próximos colonizadores del planeta Tierra lo encuentren, conozcan a la Humanidad completa (no solo los asombrosos aciertos que también hemos tenido) y que aprendan de nosotros y de nuestros errores atroces.